Fecha: 12/11/2024
La gran misión de nuestro tiempo es combatir el cambio climático. En los últimos 100 años, la temperatura media global ha aumentado 0,76 ºC; y todo indica que seguirá aumentando exponencialmente. De ahí vienen los famosos 1,5 °C – quizá el símbolo más reconocible de la conversación en torno al cambio climático.
El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) ha identificado que el aumento de la temperatura media global de la Tierra no debe sobrepasar los 1,5 °C a final de este siglo respecto a los niveles preindustriales. Las consecuencias, advierten, serían devastadoras para todos los seres vivos.
Es por ello que se han dedicado tanto dinero, investigación y esfuerzo a encontrar modos de limitar el calentamiento global. Y aunque se han logrado avances importantes en energías renovables y descarbonización de la economía, así como en reforestación y promoción de estilos de vida más amigables con el medio ambiente, todavía no es suficiente. De hecho, la comunidad científica ya ha advertido que para 2027 muy probablemente superemos el umbral de 1,5 °C.
De ahí que algunos científicos quieran apostar por una vía diferente: en lugar de limitar el aumento de la temperatura de la tierra, desean enfriar el planeta.
¿Qué es la geoingeniería?
La geoingeniería es una disciplina que promueve la manipulación del clima de manera intencional y a escala global. El propósito principal de estas tecnologías o proyectos es paliar los efectos del cambio climático a través de intervenciones que disminuyan la temperatura de la Tierra.
David Keith, científico y profesor de la Universidad de Chicago, ha dedicado su carrera a defender la geoingeniería. En esencia, su propuesta es recrear un acontecimiento natural que ya vivimos: en 1991, una erupción del volcán Pinatubo, en Filipinas, inyectó cerca de 15 millones de toneladas de dióxido de azufre en la estratosfera. Durante los siguientes dos años, el planeta se enfrió más de medio grado. La propuesta de Keith es lanzar intencionalmente dióxido de azufre a la estratósfera para bajar la temperatura global.
Otros proyectos de geoingeniería incluyen aspirar el dióxido de carbono que calienta la atmósfera y enterrarlo bajo tierra, el uso de espejos gigantes para enviar el calor al espacio, o la modificación de las nubes y los glaciares para hacerlos más reflectantes.
Aunque parezca ciencia ficción, ya instituciones como Harvard, en Estados Unidos, están evaluando la manera de hacer realidad este tipo de proyectos, mientras que la Unión Europea los ha tomado lo suficientemente en serio como para pedir un estudio de los peligros que pueden suponer este tipo de tecnologías.
Riesgos y recompensas
Y la Unión Europea no es la única que alberga dudas respecto a la geoingeniería. Los detractores de estos proyectos advierten que la intervención humana en los ciclos naturales de la Tierra fue precisamente lo que nos trajo a la situación actual. Además, afirman, no hay manera de saber si los efectos de una intervención tan drástica como la que propone Keith serían permanentes, o qué otros eventos climáticos podrían desencadenar.
La posición más común de quienes dudan de este tipo de soluciones, sin embargo, es la de que no son realmente soluciones, sino paliativos. Ha quedado establecido en los últimos 20 años que la clave para combatir la crisis climática es planear y actuar de manera sostenible. A su manera de verlo, necesitamos una economía y un estilo de vida general alineados con el planeta y los seres vivos si queremos garantizar un futuro viable.